Por: Joaquin Pacheco Cabrera
El artero asesinato del muy querido Ignacio Sánchez Cordero, mejor conocido como Nacho o Papo, sobrenombre que solía utilizar en el diálogo con sus interlocutores y que era su “marca de la casa”, causó conmoción no sólo entre los portomorelenses, pues su incuestionable don de gente le permitió establecer amistades en todos los municipios del estado.
Tristemente, tras su muerte no faltan quienes pretenden aprovecharse de tan doloroso hecho para llevar agua a su molino, en pos de objetivos muy ajenos a la búsqueda de justicia que exigimos todos los ciudadanos a las autoridades para esclarecer este asesinato, que ha dejado de inicio muy mal parado el proceso electoral, que tendría que ser una fiesta cívica, aun en estos tiempos difíciles de pandemia.
Ya se habló mucho de quien era Nacho, ¿y ahora qué sigue?, ¿quedará en el olvido su buena labor, el sacrificio del Papo que dio su vida, que procuró siempre dar todo por su comunidad, y ahora ha dejado en el desamparo a sus hijas y esposa? Lo más honesto que debería hacerse en Puerto Morelos es proponer a alguien que recoja la estafeta que portaba Nacho, y este legado de trabajo bien lo pudiera encabezar alguno de los integrantes de su familia, sus señores padres, la profesora Maura Cordero Silva y el ingeniero agrónomo Ignacio Sánchez Herrera, o su esposa, Blanca Merary Muñoz.
Sólo así se podrá dar seguimiento al legado de Nacho, de manera que los ciudadanos no se sientan aún más agredidos por alguien ajeno que haga campaña con el legado de Papo como bandera y, de paso, impedir que se salgan con la suya los oscuros personajes que perpetraron tan terrible crimen.
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