Personas más expuestas a la contaminación atmosférica presentan alteraciones cerebrales en zonas afectadas en la enfermedad de Alzheimer, reveló un estudio.
Las personas más expuestas a la contaminación atmosférica presentan alteraciones cerebrales en zonas afectadas en la enfermedad de Alzheimer, reveló un nuevo estudio liderado por investigadores del Barcelonabeta Brain Research Center (BBRC) de la Fundación Pasqual Maragall y el Instituto de Salud Global (ISGlobal) de Barcelona.
Estos resultados, publicados en la revista Environment International, van en línea con los estudios científicos recientes que demuestran que la contaminación del aire tiene un impacto nocivo en el cerebro y está relacionada con la incidencia de demencias.
Para calcular el nivel de exposición de los participantes a los gases y partículas contaminantes, el equipo de investigadores de ISGlobal y CIBERESP, dirigido por Mark J. Nieuwenhuijsen, utilizó los datos recogidos en Barcelona en el marco del proyecto europeo ESCAPE, durante tres estaciones diferentes del año, y los cruzó con las direcciones de los involucrados.
Aunque el periodo en que se recogieron los datos fue entre el 2013 y el 2014, los investigadores señalaron que este lapso de tiempo no resultó determinante para el estudio, pues la distribución espacial de la contaminación del aire en Barcelona ha sido bastante consistente durante los últimos 20 años.
A la par, añadieron, y gracias a las extensas pruebas que se hicieron un subgrupo de participantes del “Estudio Alfa” en la resonancia magnética, los investigadores del BBRC pudieron analizar las áreas cerebrales que más se ven afectadas en la enfermedad de Alzheimer y las compararon con la exposición a la contaminación ambiental.
Fue en este punto, donde detectaron que los barceloneses más expuestos a dióxido de nitrógeno (NO2) y partículas en suspensión del aire de menos de 10 m de diámetro (PM10), presentan un grosor cortical inferior y una mayor atrofia cerebral respecto a los participantes menos expuestos.
Por el contrario, los investigadores observaron que los participantes más expuestos a zonas verdes tenían un mayor grosor en el córtex de determinadas áreas cerebrales.
Por lo tanto, estas personas presentaban una mayor resiliencia a la enfermedad de Alzheimer que los participantes más expuestos a los contaminantes NO2 y PM10, que provienen principalmente de la combustión de carburantes de los vehículos y de las plantas industriales.
En este caso, los investigadores apuntan que no se trata de un beneficio directo de los espacios verdes, sino de una menor exposición a la contaminación.
Además de medir el impacto de la contaminación del aire y de las zonas verdes en la estructura cerebral, los investigadores también analizaron el impacto de estos dos factores y del ruido en el rendimiento cognitivo, pero no encontraron resultados significativos.
Los investigadores del BBRC ya han presentado en la Alzheimer’s Association International Conference los resultados de nuevos análisis hechos en la estructura cerebral global de los participantes, que demuestran que hay alteraciones en la substancia blanca y gris de las personas más expuestas a los contaminantes.
“La contaminación es un factor de riesgo más del Alzheimer, ya que su exposición sostenida en el tiempo puede hacer el cerebro más vulnerable facilitando el desarrollo del deterioro cognitivo asociado a la enfermedad”, afirmó el jefe de grupo del CIBERFES, director del Programa de Prevención del Alzheimer del BBRC y coautor del estudio, José Luis Molinuevo.
Ante esta situación, el investigador del CIBERESP y responsable de la Iniciativa de Planificación Urbana, Medio Ambiente y Salud de ISGlobal, Mark Nieuwenhuijsen, advirtió que no se puede seguir manteniendo “por más tiempo” este modelo de ciudad donde predomina el vehículo contaminante.
“Es necesario incrementar el transporte público y activo, apostar por las energías renovables, por la electrificación del transporte motorizado y de los sistemas de calefacción y reducir las emisiones del puerto y de la industria”, aseveró.